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Hasta hace poco los estudios de la seguridad han estado concernidos en las amenazas, riesgos y desafíos de carácter eminentemente político que afectan a la seguridad del Estado principalmente. El fin de la guerra fría y la globalización del mundo han cambiado profundamente no solo las perspectivas sobre el tema sino las atribuciones del Estado y sus obligaciones con la sociedad, llevando a que muchos otros fenómenos que habían sido menos visualizados salgan a la superficie y se constituyan en importantes demandas por seguridad. Su puesta en discusión se inició con los aportes de la Escuela de Copenhague que, entre otras ideas, puso en el tapete el hecho de que las amenazas también pueden provenir de factores medio ambientales, económicos y sociales muchos de ellos considerados de menor rango político que los problemas convencionales de seguridad. A partir de allí se han desarrollado debates y perspectivas que proponen que el objeto de las amenazas no es solamente el Estado sino también las personas y las colectividades. Aunque ello resulte todavía difícil, sería preciso diferenciar los problemas de desarrollo humano -o la premisa de las necesidades básicas- con los de la seguridad, a fin de no reproducir la vieja asociación entre seguridad y desarrollo. Estaríamos frente a un tema de seguridad si un colectivo previamente constituido como tal a partir de procesos de identidad social llegara a generar percepciones intersubjetivas de amenaza frente a circunstancias que ponen en riesgo elementos considerados como prioritarios para su forma de vida o valores constitutivos. Dada la diversidad de posiciones estructurales y criterios valorativos dentro de una sociedad, se puede esperar que los temas de seguridad sean diversos para unos y otros. Cuando un tema ha sido securitizado, significa que ha alcanzado un estatuto de prioridad para quienes lo sostienen.