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En estos meses, ciertos fenómenos con contenidos de alta conflictividad han acaparado la atención de los medios en nuestra región. En el Perú fue el enfrentamiento entre poderes del Estado que tuvo matices distintos a los que ocurrieron en Ecuador, Chile y Bolivia. En todos ellos, de una u otra manera, el Estado y los manifestantes protagonizaron actos que llevaron al uso de la fuerza. En nuestro caso, la inesperada violencia de octubre tuvo modalidades consideradas ajenas en muchos sentidos al estilo de protestas sociales tradicionales en Ecuador. Nos preguntamos si estamos ante nuevos fenómenos desconocidos en sus contenidos, límites y contextos subjetivos y objetivos que encajan en cierto modo con los denominados “estallidos sociales” (reconociendo, en todo caso la vaguedad del concepto). Efectivamente, la ciencia social no ha estado preparada para lidiar con fenómenos de este tipo, en términos de su estructura lógica, sus causas, diversidad de manifestaciones y consecuencias a corto o mediano plazo. Por tanto tampoco la sociedad y los estados están preparados para anticipar su ocurrencia y controlar la enorme conflictividad que implica. Es común que se denomine «estallido social» a una protesta cuando alcanza un pico de intensidad muy fuerte en relación con el alcance de la participación, la multiplicidad de protagonistas y la violencia que ejerce sobre el orden social y político (Farinetti, 2002) al hablar de los piqueteros argentinos que irrumpieron a comienzos de este siglo) . Por lo general, fenómenos como estos pueden ser fugaces, con sujetos sociales y liderazgos difícilmente identificables, dada la complejidad de subjetividades en movimiento. Por lo inesperado de su irrupción en un momento determinado -al menos es el caso de las protestas que hemos registrado últimamente en la región y otras que ocurren en el mundo en estos mismos días, como los chalecos amarillos en Francia- suelen tomar por sorpresa al Estado, la sociedad y, por supuesto, a las fuerzas del orden. Cuando no existe la necesaria previsión, lo que queda es la reacción a veces desmesurada y el escalamiento de la violencia por parte de todos los implicados.