Abstract:
El consumo de biocombustibles ha registrado un fuerte crecimiento a lo largo de las últimas dos décadas. De acuerdo a los datos de la OCDE/ FAO (2019), el consumo de biodiesel era prácticamente inexistente a comienzos del nuevo siglo y en 2019 alcanzó los 40 millones de toneladas; mientras que el uso de etanol –que ya registraba niveles considerables en Brasil, EE.UU. y China- se multiplicó por seis en ese mismo período. El impulso a la utilización de combustibles derivados de biomasa (principalmente biodiesel y etanol) corresponde a su capacidad para sustituir productos elaborados en base a petróleo, así como por su menor impacto ambiental (Guibert y Carrizo, 2012). En este marco, en los principales mercados mundiales y fundamentalmente en la Unión Europea, se establecieron marcos normativos que obligan a utilizar una proporción creciente de energías renovables, fomentando la utilización de biodiesel, etanol y biogás como mezcla en todos los combustibles, política que fue implementada gradualmente por muchos otros países. En otros mercados, como en el caso de Estados Unidos, el crecimiento en el consumo se explica además por la implementación de distintos tipos de incentivos, como la aplicación de beneficios fiscales para aquellas empresas que incorporaran una proporción de biocombustibles en la producción de derivados de petróleo.